Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio.

dimarts, 3 de març del 2015

Neuroplasticidad

No hace mucho aprendí un nuevo término en una de esas clases universitarias llanas, sin erupciones ni interrupciones que puedan enturbiar la fría atmosfera de soledad en que (estoy convencido aunque no seguro) se encuentra el maestro llamado profesor por situarse encima de esa tarima. Después de mis particulares y pequeños hachazos al método de enseñanza de algunos profesionales os diré el término: neuroplasticidad.
Según entendí en clase, neuroplasticidad es la capacidad neuronal y cognitiva que toda persona tiene y que consiste en aprender nuevos conceptos, ideas, es decir, en almacenar información y procesarla y, alguna, almacenarla, creciendo en experiencia. Depende de factores como la repetición, atención, tipo de estímulo, lesión que ha podido sufrir el sistema nervioso e intensidad de la señal.

Hasta aquí todo normal, es decir, se refiere al aprendizaje cognitivo en el cual el sistema nervioso almacena nuevos conceptos y en definitiva aprende. Ahora bien, mi sorpresa fue cuando se aseguró que SIEMPRE se tiene neuroplasticidad pero en diferentes niveles, es decir, parece ser que incluso los pacientes en coma tienen un rango de aprendizaje cognitivo, un margen de neuroplasticidad. Pero dejando de lado la polémica con el estado comatoso, podemos extrapolar el concepto e idea a la educación sabiendo que, en cualquier momento cualquier persona independientemente del coeficiente intelectual, tiene un rango de aprendizaje sobre el que se puede trabajar, cosa que parece clara y normal pero muchas veces es obviada.


Relación tiene con los olvidados en la educación, alumnos que se les da por perdidos porque no pueden seguir la ‘’línea’’ o dirección que marca el temario junto con la programación (Oh Dios que todo lo describe) y que simplemente si aprenden, bien, y si no también, no es problema mío, su neuroplasticidad no es suficiente para seguir mi clase. Son catalogados como mal alumnos, inútiles, cortitos o zoquetes.  Y claro, al venirme a la cabeza ‘’zoquete’’ mis conexiones neuronales se activan para recuperar de mi almacén de memoria a largo plazo (y ya de paso del baúl del trastero) el libro de Pennac ‘’Mal de Escuela’’. Sé que estos dos conceptos o ideas no tienen mucha relación, de hecho fríamente creo que no tiene la más mínima, pero una cosa me ha llevado a otra.
Nos explica ‘’Mal de Escuela’’ que el aburrimiento en la clase es aplastantemente normal, no existen actividades espontáneas que tengan una intensidad suficientemente alta para llamar la atención, por tanto lo normal será el zoquete, no el empollón, lo habitual es  encontrar al alumno distraído no al sediento de explicaciones huecas de valor atencional. Por tanto, ¿pueden llamarse educadores aquellos que les invade la impaciencia y el nerviosismo cuando literalmente 2 alumnos de 36 están atendiendo la magistral explicación que solo realiza ‘’stop’’ cuando no queda saliva para tanta palabra? No. De hecho creo que el único adjetivo que no se les podría colgar sería ese mismo, ya que no están facilitando o haciendo que lo alumnos capten conceptos y aprendan, sino que los está aplastando con la losa del aburrimiento en forma de explicación que muestra su inigualable sapiencia.

Sinceramente, no sé cómo he llegado a este punto porque he mezclado dos mundos turbios y totalmente diferentes, desde la neuroplasticidad en un ámbito post lesión neurológica, hasta la educación y los alumnos zoquetes de Pennac, pero acabando con este tipo de batido explosivo; es obvio que no todos tenemos la misma neuroplasticidad, simplemente debemos saber cuál es la información que los procesos cognitivos pueden aceptar, conocer qué es lo que realmente se ignora y no se sabe, para ponerse en esa situación y adaptar nuestras actividades y lecciones a las demandas.



diumenge, 1 de febrer del 2015

Soy graduado

Soy graduado. Dentro de poco tiempo tendré el típico papel que cataloga y oficializa este proceso que he recorrido durante 4-5 maravillosos años de mi vida, que bien podría ser comparado a un embarazo, esa cocción lenta de conocimientos que han sido incorporados en mi mente a base de apuntes, libros, exámenes, experiencias académicas y no académicas.

Recuerdo perfectamente ese primer año, en el que vine a vivir con mi amigo Luis a la capital. Ese año nos lo comimos de un bocado (o de tanto como decimos nosotros). Devoramos aquel año (especialmente los Jueves) sumergidos en sensaciones contrarias como felicidad y también inexperiencia e inquietu


d. Poco a poco fuimos calmándonos, o como diría un amigo, acomodándonos en esa posición de noble dentro de la universidad,  cogiendo la vida por el mismo sendero pero sin desviarnos (tanto) puntualmente de nuestro camino.



Llegué pensando que el título era lo más importante, y me voy sabiendo que es lo menos importante. No creo que la validez de las personas se miden por los títulos que carguen en la mochila académica llamada Curriculum Vitae, sino por el propio individuo: su inteligencia, su análisis y su práctica. Obviamente el título acarrea que se han pasado unas ‘’pruebas’’ que ‘’demuestran’’ la adquisición de los suficientes conocimientos para desenvolver las actividades de una profesión con la categoría de un experto, por lo que es de gran importancia. 

Ahora bien, me vengo a referir a que creo que el verdadero profesional no lo es por ese documento de enorme valor sentimental y económico (cuesta unos 150 euritos), sino por el amor a su trabajo, es decir, el entusiasmo no sólo por desempeñar sus funciones sino por aprender más (Eureka, he aquí la cuestión). Ese título representa los conocimientos que se han adquirido en ese tiempo, y posiblemente acabe enrollado en el trastero y desgastándose poco a poco por el martillo llamado tiempo. Con un poco de suerte, los conocimientos adquiridos  pueden no sufrir la misma suerte que los devore el olvido, pero sí se estancarán y no evolucionarán si no se renuevan leyendo, escuchando y discutiendo, es decir, aprendiendo de y sobre tu propia profesión, porque un día Juana Inés de la Cruz dijo que no se estudia para saber más, sino para ignorar menos. No se puede pretender creer que se ha llegado a la cúpula de conocimiento (y más pensar que es eterna) cuando se acaba la carrera, se sabe un poco y sobretodo se ignora mucho.


Llegué pensando que la nota era lo más importante, y me voy sabiendo que es de lo menos importante. Esto lo tengo claro, el numerito que sale en tu expediente no es proporcional a lo buen profesional que puedes llegar a ser; ni tampoco la nota de una asignatura es directamente proporcional a la satisfacción con esta. El caso más notorio es mi reciente entregado Trabajo Final de Grado. 
Escasas veces he estado tan contento con la elección de un profesor, un tema y la elaboración de un trabajo como lo estaba con el mío (Adicción al Ejercicio Físico), y creo que el fruto final fue muy bueno, no solo porque era de las primeras veces (por no decir la primera) que se trataba este arriesgado tema en los Trabajos Final de Grado, sino porque simplemente estaba contento con mi  trabajo, de cómo había evolucionado el documento bajo mi cautela y cómo lo había modificado a mi gusto (que no significa que siempre haya sido el correcto). En definitiva, estaba orgulloso de mi tarea, y obtuve un 8.

Un 8 Notable es una gran nota como me decían personas muy importantes, pero me quedé con la sensación que mi trabajo podría haber merecido más nota. Pero (y ante mi asombro) lejos de entristecerme me hizo sentir por primera vez la sensación de satisfacción académica no ligada a una nota. Estaba orgulloso de mi trabajo independientemente de la nota recibida porque me había servido  para aprender y ser mejor profesional. Entonces, creo que no deberíamos unir tan estrechamente la nota con la sensación de felicidad y regocijo académico, sino más con lo personal, con si sentimos que se ha empleado correctamente el tiempo y se ha aprendido con aquello que se ha realizado.




En definitiva, he aprendido muchas cosas y creo que estoy capacitado profesionalmente para llevar a cabo mi función en la sociedad (si la sociedad me lo permite) y en el ámbito personal me llevo muchas cosas de estos años, amigos y no tan amigos, conceptos eternos y promesas olvidadizas, cenas, noches y resacas para la eternidad y sobretodo momentos, porque en eso consiste todo, en dibujar momentos en la vida que no se olviden y que hacen que se te erice el bello de simplemente recordarlos.